Nada te toca, nada te golpea, nada te hace tambalear, hasta que un día la estantería se sacude y todos los libros de la teoría caen por tu habitación.
No hay una hora, no hay un momento, no hay señales, el temblor llega, se instala, arrasa y sigue. Deja destrozos, deja desconcierto, deja desolación, pero por sobretodo deja desorden.
Ordenar ese desorden puede ser la mejor bendición que tengas, volver a descubrir porqué cada libro estaba en su lugar, volver a hojear cada página, volver a entender qué te enseñó cada uno y que historias secretas guardan en su interior, es ahí cuando aparece el milagro, es ahí cuando aparece la magia del desastre.
Hoy volví a creer, hoy volví a entender porqué mi estantería es como es, hoy entendí que rezar no es juntar las manos mientras te arrodillas mirando al cielo, hoy descubrí que las plegarias están dispersas a cada momento y en cada lugar, que nuestros rezos son risas, lágrimas y abrazos.
Nuestros rezos son los abrazos más sinceros que jamás hemos dado, nuestras plegarias son las lágrimas contenidas que contienen a quien más necesita mantenerse en pie.
Hoy por fin entendí que rezar es tan solo el acto de vivir.
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